Mi archivo muerto
Rory Gale
En casi todo, era un día normal para un alumno del grado quinto. Yo estaba jugando baloncesto con mis vecinos
en la calle enfrente de mi casa. Había cuatro de nosotros. Mis vecinos estaban en el grado octavo. Yo era el más joven, y por eso, siempre me
sentía que tenía que demostrarme ante mis vecinos mayores. Obviamente, en la cancha de básquet, esto era
difícil. Hay una gran diferencia entre el
quinto grado y el octavo grado. Yo era
pequeño y flaco, a diferencia de mis vecinos que estaban comenzando a experimentar
el crecimiento rápido asociado con la pubertad. Para ponerlo en perspectiva,
sería como yo, caminando en la cacha de la NBA hoy y jugando contra Lebron
James, Chris Bosh, y Dwyane Wade. Por eso, digamos que no había mucho casos de
que yo me demostrara, además de la triple suerte ocasional.
Sin embargo, esto no me importaba
mucho desde que yo encontraba otras maneras de demostrarme a mis vecinos
mayores, principalmente con mi humor. De hecho, esta era la razón por la que
mis vecinos del octavo grado disfrutaban de pasar el rato con un niño del quinto
grado como yo. Era cómico, y lo
sabía. Siempre estaba buscando algo
cómico para decir o hacer, y en ese día particular, encontré mi oportunidad
cuando vi un Toyota magullado conduciendo hacia mi casa durante nuestro partido
de baloncesto. Yo me di cuenta de que
era el coche de Jason, el novio de mi au pair francés. Él tenía más o menos veintecuatro años, y siempre
jugaba con nosotros. Una de las cosas
favoritas que nosotros hacíamos con él era la luche libre. Siempre nosotros lo desafiábamos, y siempre
nosotros perdíamos. Al ver su coche, tuve
la idea ingeniosa de emboscarlo. “¿Por
qué no?,” me pregunté, “será cómico.”
Rápidamente, les dije a mis vecinos
mi plan, y entonces me escondí dentro de
un abeto cerca de donde Jasón siempre estacionaba su coche cuando él venía a visitar. Oí que la puerta del coche dio un
portazo. Sentí un río de adrenalina y
excitación que pasó por mi espalda. Tomé
una respiración honda, y lo cargué a él.
Pronto, estaba en la parte superior de él, estrangulándolo con mis
brazos. Había ganado, yo sabía, con una
grande sonrisa estirada a través de mi cara.
Escuché por la risotada de mis vecinos, pero no podía escuchar
nada. Pronto, los microsegundos de
silencio se llenaron con un grito atronador.
“¡Baja de mí!” gritó una voz desconocida debajo de mí. Yo giré mi cabeza a la derecha del coche, y
vi tres cajas de pizza apiladas en el asiento trasero. Inmediatamente, me di cuenta de que este no
era Jason, sino un repartidor de pizza que mi au pair probablemente había
llamado para la cena. Mi cara se
enrojeció, y sin saber lo que hacer, yo bajé del repartidor, y corrí al bosque
que rodeaba mi casa. Me escondí allí
hasta que el repartidor salió. Cuando salí
del bosque, yo encontré a mis vecinos en el encintado de mi casa. Ellos estaban erupcionando con risotadas. Usualmente, esto me alegraría. Sin embargo, esta vez fue diferente porque
mis vecinos no estaban riéndose conmigo, sino que estaban riéndose e mí. Nunca me había sentido tan avergonzado.
Yo volví a mi casa y no dije ni
siquiera una palabra a nadie.
Afortunadamente, probablemente por la razón de que yo era solamente un
niño, el repartidor nunca dijo nada a nadie.
Se puede decir, sin temor a equivocarse que mi ataque del repartidor se
ha vuelto un archivo muerto.
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